sábado, 2 de octubre de 2010

Lidya

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Allí estaba... en un cuarto en el que nada más cabía la compañía de cuatro paredes pintadas del amarillo putrefacto que solo el desgaste del tiempo consigue plasmar con autenticidad. Autoflagelándose, denigrándose, retorciéndose con la satisfacción de quien sabe que no cabe error en sus actos ni tiempo en su reloj para llevarlos a cabo. Todo ha de ser inmediato y constante -sin sacrificio no hay gloria- se decía silenciosamente mientras golpeaba con cada vez más intensidad su ya destrozada espalda. Era una llanera solitaria, así lo había decidido, -que para cicatrices ya me las hago yo-, y con ese motivo a cuestas ya nada más le hacía falta. Se había portado muy mal, se había condenado al vacío que solo la batalla con desconocidos cuerpos desnudos podía dejar tras de sí, cuerpos que disfrazados de afecto la engañaron repetidas e incontables veces. Y ahora ya solo era una indefensa criatura a pies del señor con unas cuantas deudas pendientes. Por eso pasaba así su tiempo, suplicando perdón a golpes, presentando credenciales al arrepentimiento y recorriendo el camino de aquel que espera ser acogido por un halo de luz aun sin forma reconocible.

Dientes en “un tono camel” para las pijas y con “pinta de sucios” para las chungas, una frente demasiado ancha como para incluirla en la media de frentes socialmente aceptadas y excitantes y un cuerpo hermosamente tostado pero no lo suficiente como para destacar. Aunque tampoco le hacía falta. La genética o quizás Dios según el día que tuviese, le había regalado una voz impecable, una lustrosa melodía de sirena varada que danzaba sobre toda palabra que decía y también sobre toda canción que entonaba. A veces encantadora de serpientes, a veces santa, a veces conciliadora y a veces la más puta. La culpa la tenía el patriarcado y su ancestral mentalidad, no ella, pero eso ya daba igual. Era una miserable pecadora entre tantas y lo sería por los siglos de los siglos...

Amen


Observación para los curiosos: nadie sabe si tanta privación del derecho a la toma de decisiones y de una autoestima ajustada merecieron la pena, pero su salvador llegó a lomos de la fe y con el amor como escudo a rescatarla. Aun hoy son felices, su cuerpo tal vez no haya terminado de limpiarse, pero sí su conciencia. Y yo, con el malvado estupor que brinda la objetividad, me limito a observar y a preguntarle con cierto recelo si también habrá un hueco en el cielo para quien prefiere cambiar la fusta por los placeres (o utilizarla para obtenerlos) y la soledad por la poligamia. ¡Quizás aún estemos a tiempo!



[P.D: Y si no siempre tendremos urnas en las que hacer un donativo por las ánimas del purgatorio, ante la duda consulte en su parroquia más cercana.]

1 comentario:

  1. Está claro que todos tenemos un don. Ella el don de la voz, otros el de la belleza, otros el de la inteligente, el arte, el saber hacer reír, el contar historias... este último es el tuyo :)

    El mío aun está por descubrir, pero no me importa. No tengo prisa. Guardo una hucha en casa para purgarme de mis pecados ;)

    KÜsse!!!!

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