lunes, 6 de septiembre de 2010

Olivia, la chica sin nombre...

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Olivia, la protectora de la paz, eso llevaba intentando creer desde que tenía uso de razón y de hecho lo había conseguido hasta llegada su segunda adolescencia. Aun recordaba como su madre le decía siempre que le había puesto ese nombre segura de que ella era el regalo que traería serenidad a su vida. Lo cierto es que la parte menos profunda era que dicho significado había sido descubierto en el reverso de un paquete de azúcar allá por los años 60, y de haberse dado el acontecimiento diez años antes o diez después quizás no habría llamado tanto la atención lo que una pequeña bolsa de dulce veneno pudiera decir.

Olivia, o la idea de su existencia, había aparecido una semana después de aquel café rutinario que había pasado a convertirse en la excusa de cada tarde para hablar de amor, paz, música, flores y ponerlo todo en práctica a una aun temprana edad, pero en aquellos tiempos todo y todos se hacían valer y fue de esta manera que el tiempo pasó trayendo y llevando cambios consigo y viendo crecer lo que dejaba a su paso.

El caso es que 27 años después con el pelo aun de tupido azabache pero algo más largo, el rostro de una pálida y refinada muñeca y un par de andanzas guardadas en los bolsillos, habían llegado a ser las 12:30 de la mañana de un domingo, de cada domingo en el que veía repetirse la misma historia que siete días antes había terminado con la promesa de no volver. Pero una vez más allí estaba, sobre una ya cabreada y harta almohada de su pegajosa rutina aromatizada con tabaco y el perfume de algún extraño. De haber podido cobrar un ápice de vida olfativa (y me refiero a la almohada)
quizás la habría perdido inmediatamente a causa de una saturante asfixia, más o menos como lo hacía aquella niña grande y desorientada mientras iba despegando sus párpados sin tener aun claro querer salir del plácido letargo post etílico de cada semana.

Si sí, ahora vendría lo de siempre, levantarse apoyando primero la pierna derecha en el suelo y luego la izquierda, quedarse sentada frente al espejo que ocupaba tres cuartas partes de la pared contraria intentando clavar la mirada en sus propios ojos durante unos segundos, prepararse un descafeinado, saborear una loncha de jamón e intentar no pensar en la rutina que envolvía cada uno de sus domingos. Luego llegaría el momento de hacer zapping frenéticamente y tras desencantarse con toda la programación que corazones rotos e iracundos, tiroteos al otro lado del charco y deportistas de brillante carrera brindaban cada mañana, volvería a caer en la absorbente espiral de remordimientos y preguntas que generaba su aun pesada cabeza.

Recorrer tres veces el pasillo al ritmo de las más animadas y legendarias canciones tampoco resultaba eficaz y es que siempre terminaba haciendo lo mismo, repitiendo su ya sucio y resquebrajado patrón. Un calor abrasador y un nudo en el estómago se apoderaban de su cuerpo y la llevaban a buscar sin parar en los lugares más insólitos aun sin saber el qué.

Buscaba por los rincones de casa, buscaba en sus paseos de cada tarde, buscaba bajo los sillones de su coche, seguía buscando sobre la mesa del despacho y aun cuando llegaba el viernes seguía buscando dentro de cada elegante copa de balón intercambiada en barras perdidas. Lo cierto es que cuando exhausta de buscar en los sitios habituales no obtenía nada también probaba a buscar sin descanso detrás de fragancias ajenas y no con menos insistencia debajo de incontables sábanas.
Todo giraba en torno a una incesante búsqueda por las derruidas ruinas de quien recordaba haber sido, su vida se había convertido en un adoctrinado consumo, en el hábito de aceptar un ocioso y caro estado de felicidad, en una rutinaria dosis de cariño por goteo...

Dicen aquellos que la conocían que no era más que una chica que se había quedado sin nombre ni menos que una exploradora del exceso con sed de aquello que su madre un día le dijo que debía proteger...



P.D: "Creo que lleva toda la vida hullendo, quizás le pasa lo mismo que a mí."

1 comentario:

  1. Me ha encantado el texto.

    Mmmm si yo te dijera que mi nombre me lo puso mi madre porque mi abuela no le dejó que me llamara Ángeles (muchas Angeles en casa ya) y se tuvo que buscar la vida para otra opción... ¿QUé pensarías? Hasta ahí, nada raro, en principio, claro. Pero lo mejor es que...¿qué nombre le pongo le pongo le pongo??? Ah, qué canción tan bonita, de un perfume... Verónica.

    Ea, y con Verónica me quedé, enganchá a cualquier buen perfume que no me embote la cabeza y deseando que mi nombre acompañase a un olor mucho más enigmático -por llamarlo de algún modo- y no tan pestoso -llamando a cada cosa por su nombre- a como huele.

    Ains, ya te he contado parte de mi vida que pocos conocen y que mucho cuento a los que ya lo saben jajaja

    Un besote enorme.
    ME encanta que te pases por mi Fragmentando Porciones que, con tanto amor, llevo a trancas y barrancas por temporadas desde hace años.

    :)

    Mmmm te presento, si quieres, también, mi otro espacio más personal (aunque considero muy muy personal una selección diaria o casi diaria de frases y fragmentos que mucho me expresan).

    www.ermudetanderns.blogspot.com

    Un besote enorme.
    Muack!!
    ICh*

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