jueves, 15 de julio de 2010

Des - encuentros...

- A veces y solo a veces… ¡es de lo más normal!
- ¿Pero cómo puedes decir eso? Es antinatural todo el mundo entiende lo obvio.
- No se trata de entenderlo, yo primero necesito sentirlo.
- Pues debe hacer mucho que no recuerdas lo que significa esa palabra.
- ¿Obvio?
- No, aquí lo único obvio es que te has olvidado de lo que es sentir, sentirte a ti misma…


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La tarde estaba cargada, a decir verdad las últimas doce tardes habían estado cargadísimas. Unas de hostilidad, otras de paciencia, otras de empatía y otras de vacío por paradójico que pudiera ser. Entre tanto nuestra tejedora de cabellos parecía más “desviada de lo habitual”, al parecer visitar instituciones y hospitales ya fuese por percances propios o ajenos no la dejaba en buen estado, no necesitaba medicación, necesitaba tiempo y nadie la entendía, o por lo menos nadie que creyera que el tiempo era aquello que podías contabilizar en horas, minutos, segundos, años, números o como buenamente quisieras. La cantidad no era nada, era un adorno, lo que verdaderamente indicaba cuando alguien tenía tiempo era el empleo que se pudiera hacer de este, la posibilidad de decidir en qué y con quién invertirlo… Así que de la manera más elocuente, cualquiera podría deducir que no era lo mismo perder horas en la cola del supermercado que hacerlo con una tarrina de Häagen-Dazs –obligatoriamente de sabor choc choc chip- en el sofá de casa.

La soledad siempre fue una amenaza para ella, la más dura y la que además imponía consigo odiar a los gatos -no sea que con eso de cogerles apego fuese a terminar rodeada de ellos algún día- pero de repente todo estaba cambiando a pasos agigantados y vagar por la vida cual espíritu libre ya no era algo que le dijera nada nuevo. ¿Neurótica? No, eso jamás, de haber sido una de esas neuróticas cualquiera solo habría odiado a los gatos negros y ella tenía un motivo que le permitía odiarlos a todos, no estaba peleada con el mundo y si lo estaba al final daba igual porque el caso es que de haberse sentado consigo misma dos años atrás en una cafetería para charlar sobre ciertos asuntos no habría llegado a este punto.

Tras ver como una semana más se le escurría entre sus delicadas manos aun sin sentir que el tiempo pasaba por ella decidió volver al lugar dónde había empezado su inmersión en este caos, sabía que no aguantaría mucho tiempo más así que cerró los ojos y viajó a penas dos años atrás con el afán de encontrarse a sí misma en alguno de los lugares que frecuentaba por aquel entonces y mantener así una conversación. Había llegado el momento de reiniciar. Después de unas ocho horas de intensa búsqueda por antros que apestaban a rock duro y en los que se escuchaba el humo expirado más que la misma música, se rindió y recordó que tenía pendiente asomar su cabeza a unos cuantos coches ajenos que no dejaban de resultar familiares, pero esta vez tampoco hubo suerte así que se resignó y comenzó a transitar un sin fin de extensas playas hasta dar finalmente con aquella chica de piel dorada, pelo multicolor y mirada despreocupada. Ya casi habían pasado tres minutos cuando se dio cuenta de que había estado mirándola absorta, entonces respiró profundamente y se dirigió hacia ella con un aire taciturno pero decidido, para con un solo dedo tocar su espalda a la espera de cualquier tipo de reacción (sabía perfectamente que si la primera mirada transmitía decepción su regreso habría sido el error que la terminase de derrumbar).
Después de recoger levemente su larga melena (algo más rizada de lo que la tejedora recordaba) se levantó de aquel manto de arena rubia con piedrecitas granate intercaladas, se giró con la más dulce de las sonrisas y habló con una espontaneidad que al parecer se había ido desmadejando poco a poco con el paso del “no tiempo”.

- Sabía que volverías, te estaba esperando…

- Lo siento, no pensé que fuese a marcharme tan lejos, o no por tanto tiempo, pensé que sería la misma, que resistiría.

- Tranquila, siempre supe que encontrarías el desvío adecuado y fue eso lo que me hizo sentir orgullosa cuando te vi irte tan llena de ilusiones por volver a encontrar un rincón donde ubicarte. Lo que todavía no entiendo y me preocupa es como después perdiste la capacidad de volver a empezar, de albergar dudas sobre cual sería el momento de volver a partir y cómo hacerlo. Cómo perdiste las ganas de crecer…

- Supongo que yo tampoco estoy feliz con todo ello, de hecho, es ese el motivo de mi regreso, creo que ha llegado el momento de reiniciar, de tirar las estructuras, de quemar los planos, de correr hasta quedarme exhausta y entonces… inhalar la magia que siempre me empujó a empezar de nuevo.

- ¿Y bien?

- No recuerdo cómo hacerlo…

- ¿Es que acaso te has vuelto tonta? ¿Tanto me has abandonado? ¿Tan rápido te has olvidado de quién eras? Estos últimos meses, casi año que te niegas a contar, ha pasado… ¡y es obvio! Y lo es aun más que hace ya mucho debiste reiniciar, ¿es que no percibes vislumbres de la aterradora rutina en la que llevas presa todo este tiempo?

- A veces y solo a veces… ¡es de lo más normal!

- ¿Pero cómo puedes decir eso? Es antinatural, todo el mundo entiende lo obvio, normal sería que hubieses intentando rescatar tu vida hace ya bastante.

- No se trata de entenderlo, yo primero necesito sentirlo.

- Pues debe hacer mucho que no recuerdas lo que significa esa palabra.

- ¿Obvio?

- No, aquí lo único obvio es que te has olvidado de lo que es sentir, de sentirte a ti misma…



De repente habían pasado ocho horas y dos años habían vuelto a correr hacia delante bañados en un sudor frío, sin despedidas y sin promesas. Solo quedaba una imagen difusa de aquella joven que de alguna manera parecía haber vuelto y unas ganas inmensas de salir a la calle, de volver a recrearse con cada baldosa pisada y con cada persona que se cruzara en su camino. Sin esperarlo vio como algo brillante rodeaba su muñeca izquierda, era un reloj de amplia esfera… y entonces lo entendió todo, ya no habrían más ausencias, no volvería a olvidar llenar de intensidad cada uno de los golpes de segundero que la acompañaban, sus golpes de segundero y los de nadie más, su propia vida, a la que habría de querer como nunca para jamás volver a desenamorarse de sí misma.




[“Tan solo es un sueño que sueña con ser mejor…”]

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